sábado, 12 de mayo de 2012

Bien-estar

El otro día me dormí mal. Muy mal. Triste, con lágrimas, preocupada, tensa, nerviosa y extremadamente cansada. Con pensamientos no muy optimistas navegando en mi mente. Sin poder conciliar el sueño. Decenas de especulaciones daban vueltas en mi cabeza. Estaba a mil por hora y no podía frenarme. Por suerte, eventualmente me dormí. Probablemente haya ayudado tener entre mis brazos a mi gato, con esa mirada tranquilizadora.

Cuando me desperté al día siguiente, me sentía muy diferente. Por un lado era sábado y el reloj marcaba las 10:20 de la mañana. Hacía rato que no salía un viernes. Pero además, me sentía completamente distinta. Tenías los ojos hinchados y algunos residuos de aquella tristeza. Sin embargo, una sensación muy distinta me invadía. Cerré los ojos por un momento y ahí lo recordé. Había soñado algo que me había cambiado el humor drásticamente. Ni siquiera fue un sueño muy real. Estaba conformado por una mezcla de personajes que no se correspondían entre sí, un escenario extraño y él. Estaba ahí, no muy lejos ni muy cerca.Me miraba, me sonreía y me traía paz interior.

Escuchar tu voz, ver tu rostro, aunque sea en un sueño. Me hacés bien. No sé por qué, no le busco explicación. Sólo te escucho y me siento mejor. Te pienso, te imagino, te sueño y sonrío. De alguna extraña manera me transmitís un bienestar inexplicable.



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