viernes, 18 de septiembre de 2009

Encuentro entre un hombre y una mujer.


Encuentranse estos dos seres. Dos personas. Son los dos protagonistas únicos de ésta escena. Allí está ella, despreocupada, en un rincón de aquella escenografía que aún no llegamos a ver. Sostenía entre su índice y su dedo medio, áquel cigarrillo. Áquel, que vemos como segundo a segundo comienza a consumirse, a mutarse. Su mirada, pacífica, pero misteriosa. De esas miradas densas, que llevan consigo un sinfin de significados, de mensajes. Aquellas miradas que nos chocan cuando se encuentran con nuestros ojos. Esas que nos hipnotizan por un segundo. Las que dicen más que un millón de palabras. Pero él no la encuentra. Está sentado, con la vista en otro lugar. Tranquilo, se lo ve tomando profundas inspiraciones, como si cada bocanada de humo que saliese de su boca, lo vaciara completamente de aire y tuviera que volver a llenarse. Se lo veía compenetrado. Compenetrado en la nada misma, o en todo. Viajando a través de su subconsciente. Pensando, reflexionando talvez. De esos pensamientos que no se manifiestan jamás en el rostro. Aquellas cosas que logramos apreciar, sólo dentro de nosotros mismos. Esos pensamientos que llevamos en lo más profundo de nuestro ser, y que sólo logramos sentirlos, en aquellos estados de concentración extrema. Pero logra despertarse. Algo lo chocó, lo sintió. Algo le quitó la compenetración tan bien lograda que tenía. Algo, sintió, lo sacó de lo más profundo de su mente. Y allí se encontraron. Allí se chocaron por primera vez, esas miradas. Viajaron por el aire de aquella escena, todos los mensajes que tenían éstas miradas. Se vieron, se encontraron. Parecían siglos, vidas enteras a travéz de aquellos ojos, llenos de todo. Podían llegar a ver el interior de cada uno. Sus almas. Era tan profunda la conexión, que podían verlo todo. Se sintieron el uno al otro, una y otra vez. Hicieron el amor, de la manera más pura que un hombre y una mujer, podrían hacerlo jamás. Aquel instante, en que el tiempo paró. El mundo paró. La luna dejó de alumbrar. Los ríos dejaron de correr. El aire no existió. Aquella música, dejó de sonar. Pero ellos, todo lo vivieron. En aquel encuentro, dejaron sus corazones. En aquel encuentro dejaron sus almas. Sus seres completos. Había sido el diálogo más profundo que jamás hubiesen tenido en lo total de sus vidas. El amor más puro que jamás sintieron. Nunca volvieron a ser los mismos depsués de aquel momento. Les costó despegarse.. y no lo lograron. Aunque ella ya no estuviese viéndolo, ellos siguieron conectados. Hasta el final de sus días. Aunque él no volvió a verla jamás, sentía su mirada, cada día de su vida. Aunque ella nunca volvió a encontrarse con su mirada, sintió esa sensación de tranquilidad dentro suyo toda su vida.
Allí ellos dejaron todo, y aunque esto nunca volvió a suceder, ellos nunca lo olvidaron. Siguieron conectados en aquella mirada, por el resto de sus vidas.

No hay comentarios.: