jueves, 7 de junio de 2012

La traducción

Si alguien alguna vez leyó "La traducción" de Pablo De Santis, este es mi final alternativo.

El viaje de vuelta a su casa fue largo y agotador. Miguel no logró dormir siquiera cinco minutos. Demasiados pensamientos daban vueltas en su cabeza: los asesinatos, Naum, Ana. El hecho de no saber si sentirse feliz o triste por la muerte de su rival lo aquejaba sobremanera. A eso se le agregaba que, por un momento, había creído tener a Ana en sus brazos, sollozando, en busca de consuelo. Sin embargo eso nunca ocurrió. Ella quedó destrozada y se despidió de la manera más fría y distante posible. Eventualmente y casi notarlo, Miguel ya se encontraba colocando la llave en la puerta de su departamento.

—¡Al fin llegaste! Vení para acá.

Después de todo lo ocurrido, ya hasta se había olvidado de Silvia. Ella lo abrazó fuerte, como hacía tiempo que no lo abrazaba, y él llegó a sentirse un poco fuera de lugar, como si no perteneciera a esos brazos, como si sólo estuviera allí físicamente. Un sentimiento de culpa lo invadió y lo forzó a devolverle el gesto.

—Se te ve cansado, ¿querés un café? Te traje tu torta favorita de la panadería que tanto te gustaba cuando recién nos mudamos, ¿te acordás? Así soplamos las velitas. Tarde, pero seguro.

Miguel ni siquiera recordaba que la selva negra le gustaba y pensó que, al fin y al cabo, Elena era una buena esposa.

—¿Y mi regalo? ¿No te habrás olvidado, no?

—¿Cómo decís eso? Acá lo tenés. Quería guardar lo mejor para el final.

Dentro de una bolsa muy fina, se hallaba un clásico tapado de paño marrón. Se notaba a simple vista que era de muy buena calidad, abrigado y hasta elegante. Miguel tenía sus dudas, pero al probárselo notó que no sólo le sentaba bien sino que, además, realmente le gustaba.

—¿Te gusta? Lo compré para ver si logro que tires ese montgomery viejo. Pareciera como si vivieses en el pasado con eso puesto.

Esas palabras se suspendieron en la mente de Miguel por unos segundos. Tiene razón, pensó, es hora de un cambio. De hecho, lo tomó como una señal del destino, algo que jamás en su vida había tenido en cuenta. Sin embargo, en ese momento de su vida, necesitaba creer que algún tipo de fuerza mística lo estaba obligando a dejar el pasado atrás: a Ana, a Naum, a Puerto Esfinge y, sobre todo, a aquel montgomery de corderoy.

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