miércoles, 19 de enero de 2011

El último partido de Rosendo Bottaro

Había jugado muchos años en primera. Ahora, unos muchachos lo habían convencido para que integrara un cuadrito de barrio en un torneo nocturno.
-Con usted, Bottaro, no podemos perder.
Bottaro no era un pibe, pero tenía clase. Confiaba en su toque, en su gambeta corta, en su tiro certero.
Su aparición en la cancha mereció algún comentario erudito:
-Ése es Bottaro, el que jugó en Ferro, o en Lanús...
Se permitió el lujo de unos malabarismos truncos antes de empezar el partido.
La noche era oscura y fría. Las tristes luces de la cancha de Urquiza dejaban amplias llanuras de tiniebla donde los wines hacían maniobras invisibles.
En la primera jugada, Bottaro comprendió que estaba viejo. Llegó tarde, y él sabía que la tardanza es lo que denuncia a los mediocres: los cracks llegan a tiempo o no se arriesgan.
Pero no se achicó. Fue a buscar juego más atrás y no tuvo suerte. Se mezcló con los delanteros buscando algún cabezazo y la pelota volaba siempre alto.
Apeló a su pasta de organizador: gritó con firmeza pidiendo calma o preanunciando jugadas, pero sus vaticinios no se cumplieron. Ya en el segundo tiempo, dejó pasar magistralmente una pelota entre sus piernas, pero el que lo acompañaba no entendió la agudeza.
Después se sintió cansado. Oyó algunas burlas desde la escasa tribuna. En los últimos minutos no se vio. A decir verdad, cuando terminó el partido, ya no estaba. Lo buscaron para que devolviera la camiseta, pero el hombre había desaparecido. Algunos pensaron que se había extraviado en las sombras del lateral derecho.
Esa noche, unos chicos que vendían caramelos en la estación vieron pasar por el camino de carbonilla a un hombre canoso con casaca roja y pantalón corto.
Dicen que iba llorando.


A.D

2 comentarios:

Alan Panno dijo...

Terrible cuento. Dolina un genio.

virgin suicide dijo...

Tan capo so vo, cada día me sorprendés más . :D