A mí me ocurre constantemente. Cuando algo me parece inalcanzable, me propongo lograrlo de la manera que fuese. Pongo todo mi empeño, sufro, pero finalmente lo obtengo. ¿Qué pasa después? Fácil de imaginarlo: al cabo de un tiempo, aquello que me parecía tan maravilloso, tan lejos de mis manos, tan tentador, me parece aburrido, cotidiano y no tan maravilloso como lo había idealizado.
No obstante, inalcanzable no es lo mismo que prohibido. Prohibido implica que no te está permitido siquiera intentar alcanzarlo. Tenés que romper reglas, códigos y probablemente tengas que sufrir consecuencias terribles para siquiera intentar acercarte a aquel objeto. En este caso, al llegar a él, tal vez no pierdas el interés tan rápido, porque ya sabemos como es la vida: siempre hay alguna trampa. Justamente, esta prohibición seguirá pareciéndonos excitante y será así como lo seguiremos deseando, incluso más que antes.
Moraleja: nuestra mente nunca va a dejar de tendernos trampas. Nos gusta lo difícil, lo imposible, lo doloroso, lo prohibido. Sino, preguntenle a Eva (¿o era Adán? Perdonen mi ignorancia bíblica, justo en estas fechas).
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